jueves, 27 de noviembre de 2008

La añoranza del desterrado.




Amor mío:


De nuevo las estrellas dibujaron un decorado para ti y para mí. Asilados huyendo de este intenso frío volvimos a cruzar nuestras palabras. Y tuve que ocultar una vez más mis sentimientos.


Sé que para ti no es fácil hablar conmigo de ciertos temas porque has abandonado nuestra playa y no deseas volver a ella temiendo que la fina y cálida arena de nuevo acaricie tus pies descalzos y te atrape como a los marineros el canto de sirena. El ciclón que la arrasó un día perpetuará tu partida y mi añoranza.


Por eso anoche, saturado de tantas cosas como me hubiera gustado decirte, me mordía la lengua para callarlas y trataba de sacar una fortaleza que sólo tengo por ti. Acudiendo al arte del disimulo te aparté de la conversación que estaba empezando a incomodarte y desvié tu atención del nosotros para centrarse en propuestas más banales.


Quisiera hacerte saber que amar en silencio es muy duro, pero he de acallar los ecos de mi silencio por ti. Ojalá pudiera decirte cuanto siento, y no sólo escribirlo aquí, pero al menos me sirve de lacónico desahogo.


Te quiero, mi pequeña estrella. Te quiero como jamás nadie haya podido amarte y como a nadie haya amado. Quizás no estamos destinados a compartir ese amor que un día nació en nosotros, pero mi triste felicidad está en este sentimiento hacia ti.


Si supieras cuánto pienso en ti, cómo te sueño, lo que yo te deseo... Eres amiga, amor y amante en mi mundo, en esta luna salpicada de magia fantaseada en la que alguna vez quisiste soñar conmigo. Cuánto te echo de menos, Alejandra, y si tuviera el poder del tiempo lo haría retroceder para deshacer algunos actos que ocurrieron. Pero no puedo, y el señor destino ha querido que ya no desees sentir lo mismo, y vuelvo a quedarme absorto en un sueño que nace de mi interior y nunca saldrá de allí.


¡Cuanto te añoro, Basíleia, mi gran amor!!!


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