sábado, 4 de febrero de 2012

Cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia.

La soledad de mi habitación me agobia y decido abandonar el hastío abrigándome para enfrentarme a una noche fría en busca de olvido, o de recuerdo, ni lo sé.
Al poner el pie en la calle, el aire gélido me sacude el sopor con el que abandonaba la aburrida calidez de una casa vacía de ti. Miro la luz de las farolas descolgándose desde su regia situación buscando el brillo de los los copos de nieve que cruzan traviesos, en quién sabe qué tipo de juego.
Levanto el cuello de mi cazadora y llevo mis manos al interior de los bolsillos buscando cobijo contra el viento que duele con sólo rozar la piel. La calle desierta ve interrumpir su silencio por el paso de algún vehículo despistado y comienzo a mover mis piernas sin un rumbo determinado, perdido en los recuerdos inventados de un pasado junto a ti.
Al cruzar unos soportales donde se siente un leve resguardo de este invierno venido de repente, descubro la presencia de una pareja perdida en lo que parece un eterno ósculo, y no reparan en mi presencia entretenidos en disfrutar de sus sentimientos y deseos. Sonrío con sana envidia y continúo mi camino saliendo al otro lado, donde la ciudad parece haber cobrado vida. Puertas abiertas de pubs y algunos valientes en esa intemperie impertinente, con una copa y un cigarro en la mano, charlan animados con las caras completamente blancas de frío. Atravieso de punta a punta el bullicio sin detenerme, procurando no buscar ningún reflejo tuyo en mi memoria. Pero entonces cruzo mis pasos con una mujer que de pronto se parece a ti. La miro aminorando mi paso sin darme cuenta, y ella deja perder una mirada hacia mis ojos, y por un momento me envuelve el deseo de que seas tú, y de que me sonrías y te acerques. Pero esa mirada vuelve a desviarse de mi vista y sigue disfrutando de la compañía en la que está, y yo, absolutamente derrotado por la sensación de añoranza y deseo de ti, continúo mi viaje a lomos de unos pensamientos hermosos que no son más que fantasías irrealizables.
Sin percibirlo he llegado hasta el río, y viendo su orilla tímidamente iluminada por la luz de las farolas que despuntan en la calle que recorre sus riberas me detengo a escuchar el rumor de la corriente al pasar.
Estoy empapado y ni me doy cuenta, tan ausente como me encuentro de todo. Al menos ha dejado de nevar, aunque el frío ha traspasado mi cuerpo hasta tocarme el corazón.
Lanzo un suspiro, dibujo una sonrisa en mis labios y decido volver a casa.
Estaría sólo si no viviera con la compañía de tu recuerdo que cada día, a cada instante, asoma a la ventana de mis fantasías y que vive eternamente en mí.