sábado, 21 de noviembre de 2009


El tiempo pasa sin retorno y a veces, volviendo la vista atrás, nos damos cuenta de cuánto dejamos en el camino, de lo que perdimos o lo que un día disfrutamos.

Pero en esa mirada hacia atrás hay un peligro y es el de buscar el horizonte en ese pasado, sabiendo que no se podrá disfrutar de lo que allí vemos y que jamás llegaremos a alcanzar, pues no es el verdadero horizonte.

Así me siento yo, mi pequeña estrella, con la vista puesta en un ayer donde tú seguías mis sueños con los ojos cerrados y disfrutabas del mismo amor que yo. Soy incapaz de caminar de nuevo porque el miedo a alejarme de todo lo que representas y eres es más poderoso que la propia vida. Estoy parado, recorriendo con la mirada un pasado que nunca volverá y sin embargo lo siento muy presente porque lo necesito.

Quizás nunca aprendí a amar o quizás entregué todo lo que llevaba dentro en este amor, pero lo cierto es que me aterroriza el sólo hecho de pensar que un día ya no podré hablarte. No puedo imaginar qué sería de mis sueños ilusos si tú ya no me permitieras salpicar algunos de tus momentos con mi compañía, aunque sea de un modo muy diferente a cómo me gustaría.

Hace unas noches soñaba contigo; el sueño más nítido que he tenido jamás contigo como protagonista. Al despertar lo tenía muy, muy presente, y lo recordaba perfectamente. Fue un sueño extraño, y en realidad no puedo decir que hermoso, porque te veía desnuda, haciendo el amor con alguien que no era yo mientras mis ojos no se cerraban ante aquella actuación. Y sin embargo no me sentía en el sueño mal, ni celoso. De hecho te veía y notaba que no disfrutabas de ello aunque ponías todo de tu parte con aquel amante que ni conozco ni me interesa y dentro del sueño me recuerdo imaginando ser yo quien disfrutaba de tu piel, de tus atributos femeninos y de esa compañía tan excitante que ansío como ninguna otra cosa en este mundo.

Estoy envuelto en un torbellino de sensaciones del que no puedo ni quiero salir. Te quiero, Alejandra, y aunque lo escribo una y mil veces, no puedo cansarme de decirlo por mucho que no llegue a tus oídos, aunque tú ya no lo quieras saber.

Ojalá todo fuera diferente y al fin pudiera rodearte entre mis brazos, pero la vida no ha querido galardonarme con tan magno honor y sólo me permite amarte en silencio, en la distancia, cerrando las puertas a cualquiera que llame a mi corazón.

Hoy tenía ganas de verte, pero no pudo ser.

Te quiero, mi gran amor.