martes, 23 de diciembre de 2008

Tú para siempre.


Hola, mi pequeña estrella.

Estoy aquí para acercarme un poco a ti, en esta distancia que has abierto entre los dos. No quiero perderte, ahora que ya te he perdido, porque tengo miedo a no poder volver a mi mundo sin ti.

Vago por un bosque tenebroso de oscuridad y sombras acechantes en busca de una luz que vuelva a guiarme en el camino, pero a cada paso me siento y espero, y escucho, y desespero, y me vuelvo sordo. Mi voz enmudece y mis ojos se ciegan, pero aún sigues siendo la fuerza que necesito para dar un paso, y otro, y otro más. Eres mi principio y mi fin y no podrás evitar que te siga amando aunque ya no quieras estar, porque tú te has convertido en el único deseo que tengo. Tan fuerte es lo que siento por ti.

Te quiero, Alejandra, y sé que tú lo sabes aunque no quieras atender a mis ruegos de amor. No te culpo por ello, pero no me pidas que me rinda a la evidencia porque no hay rendición posible. Si estás te amo aunque tú no quieras, y si no estás, te amo aunque no estés a mi alcance.

Decir que me he rendido no sirve para nada, porque yo no puedo dejar de amarte. ¿Acaso somos capaces de controlar lo que sentimos? Quizás disimular sí, pero controlar lo que el corazón construye está fuera de nuestro poder racional.

No puedo dejar de sentirte, pero tampoco quiero que eso suceda. Me he rendido, sí, pero no en lo que a ti concierne. Me he rendido porque sé que fuera de ti no podré encontrar el amor que contigo aprendí y ni siquiera voy a buscarlo. Siempre estuve sólo y ahora esa soledad la compartiré con el recuerdo de lo que tú me regalaste un día; tu cariño.

Estas fechas que tanto me gustan no son las mejores para todo lo que ha pasado. Voy a añorarte demasiado; en realidad ya lo hago. Cada día, cada instante pienso en ti, en tu hermosa presencia, en la sonrisa tan pícara que posees, en esos ojos que pueden llegar a ser muy tiernos. Pienso en hacerte feliz y entonces el mundo tiembla, y me doy cuenta de que ya no soy quien puede hacerlo.

Quizás nunca fui merecedor de tu amor, o quizás lo fuera pero no estabamos destinados a perdudar en nuestro amor. Esta vez ese destino impío no ha podido conmigo porque si su intención es hacer caduco un sentimiento increiblemente hermoso como el que yo tengo hacia ti ha errado: mi amor es perenne.

Te seguiré buscando cada mañana al despertar, y cada noche al acostarme, pues mis sueños serán dueño del único mundo que quiero habitar.

Lo que más me había importado en mi vida fue todo lo concerniente a mi etapa deportiva; nada había habido antes tan importante como ello, y nada me dolió tanto como su fin.

Tú, mi pequeña estrella, te has convertido en algo tan importante y tan doloroso. Te convertiste en mi centro y ahora que tengo que renunciar a ti se me rompe el alma.

No puedo dejar de quererte, Alejandra, ni aunque me lo pidieras un millón de veces. Jamás podré y tampoco quiero.

Tú, para siempre.

No hay comentarios: