sábado, 17 de enero de 2009

Te quiero, amor: te quiero.


No sé ya si gano o pierdo en la esperanza de algo irreal. Amante sin un lecho en el que recostar un sentimiento tan poderoso.

Quisiera poder decírtelo, Alejandra, y que sonrieras de nuevo al leerlo, sin importarte lo más mínimo nada de lo que pasó. Desearía que un paréntesis abriera y cerrara este tiempo, estos dos meses de desierto. Pero las dunas han borrado toda huella y no hay camino de regreso.

El amor, aún en mis sueños, es muy poderoso. Te quiero sin remedio, pecando como un penitente incapaz de redimirse de su falta a pesar de saber cual será su dolorosa penitencia. Pero en la amargura de no tenerte sobrevive la dicha de no dejar de amarte.

Sonríes y sonrío. Y aunque a veces tus palabras denotan un pasado que nunca volverá a ser presente, una dicha que ya no te hace dichosa, seguiré mirando al cielo en busca de mi pequeña estrella, hermosa como el más colorido paisaje que un pintor pudiera plasmar en su lienzo.

Ojalá yo fuera el pintor y tú el paisaje donde ensoñar mis sentidos. No necesitaría lienzo ni pincel, porque no querría pintar algo tan bello y perfecto pues no sería capaz de darle su verdadera imagen. Tú eres el amor que necesito, por el que respiro y con el que vivo, y aún sin poder compartirlo ni ser correspondido, me seguiré flagelando con el látigo del recuerdo porque no quiero olvidar.

Hay demasiados recuerdos y todos muy importantes para mí. Juegos, canciones, palabras, confidencias... Cuanto soy y siento es gracias a ti.

Te quiero, Alejandra. Te quiero más que las mañanas al sol naciente; aún más que las olas del mar al lecho de arena donde concluye su camino. Más te quiero que la espiga al verano y que el poeta a la luna.

Te quiero como sólo un hombre puede amar a una mujer, y a pesar de que no quieras que te quiera, te quiero, amor: te quiero.

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