domingo, 19 de abril de 2009

La fuerza del amor.


Cae la lluvia pertinaz sobre un campo yermo, anegando de añoranza unas tierras que dejaron de ser fértiles.

Primavera destronada que cautivas el sol tras nubes carceleras extendidas como ejército infinito. Dagas acuosas que horadan una tierra antaño fértil en sentimiento y hoy árida, envuelta en unos recuerdos que sólo producen tristeza.

Esa misma lluvia que otrora fuera abono para sueños y fantasías hoy se convierte en asesina de una realidad que nunca fue por más que pareciera, y es que esta tierra, aún por irreal no deja de ser verdadera.

No es la humedad del agua pendenciera ni el lacerante encuentro cuando rasga el suelo lo que más le duele a este ya estéril campo sino la privación de disfrutar un hermoso cielo despejado, coronado por un regio sol durante el día y gobernado por la luna al mando de un ejército de estrellas tras la venida de la noche.

Y es que no sé si hablo de suelo, cielo, sol o luna, o hablo de ti, de mí, de amor.

Yo soy esa tierra lacerada, privado de tu etérea presencia por esa lluvia descastada que antaño nos llevara a abrazarnos tras un ventanal al verla caer, y hoy es sinónimo de ausencia, la tuya.

Pero al igual que el campo labrantío ha de soportar las inclemencias de una caprichosa climatología firme, sin excusas ni consuelo, yo me mantengo en mi firme esperanza de que un día, al fin, seas mía, a pesar de tu consistente lucha contra ello.

Y es que no puedo pensar si no es en ti y me cuesta existir si no lo hago para ti, porque mi amor, Alejandra, es más poderoso que la misma realidad.

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